LA TORRE

Desde Bruces, desde los Álamos, desde el Country, desde cualquiera de los puntos cardinales, la Torre se erguía imponente y nos guiaba el camino hacia el muy peculiar colegio República Argentina. Nos mostraba cuán cerca o cuán lejos podíamos estar, era un gran punto de referencia, era nuestro Faro de Alejandría. No importaba cuál de sus ángulos estuviera en frente nuestro, cualquiera de ellos, nos seducía y nos atraía hacia sí, inevitablemente.

Vivíamos irradiados de la fortaleza, el vigor y la energía que emanaba desde cada uno de sus vértices que formaban un prisma triangular. La cúspide, que simulaba una gran corona, nos daba la idea de un monarca esperando que le paguen tributo. Su enigmática forma nos generaba diversas interrogantes y su temible altura nos doblegaba al punto de ponernos a sus pies.

Literalmente nos poníamos a sus pies y dominados bajo su régimen, iniciábamos los rituales extracurriculares. Nos reuníamos sacrílegamente tras sus muros con el supuesto fin de desentrañar su misterioso significado: algunos solían intercambiar ósculos amorosos; otros, solían interpretar melodías románticas al son de una guitarra; algunos más intelectuales, solían devorar lecturas y en algunos casos quizás lecturas prohibidas; otros, solían contar historias verídicas e inventadas y otros, solían usarlo como escondite para evadir la vista de las autoridades. De esa forma, permanecíamos en su zócalo como muestra de sumisión a su monumental y colosal robustez.

Describir cada uno de los rituales practicados, no es menester de este escrito, eso queda para las crónicas personales de cada sacrílego devoto.

Sin saberlo, nuestro quehacer académico estuvo lleno de su influencia y dominio, y a decir del arte y las muchas emociones que provoca en el ser, su bello diseño estructural, nos hipnotizaba y seducía convirtiéndose así, en la razón y significado de nuestro paso por las geniales salas hexagonales que parecían rendirle tributo desde abajo.

Ya no está con nosotros. Existe solo en nuestra mente y en algunas imágenes que recorren en las redes. Aún nos duele la pérdida, aún nos resistimos a ese pensamiento. Cual Torre de Pisa, inclinada y resistiéndose a caer por algún lapso, sucumbió a la fuerza de la maquinaria y desapareció por completo. Era el símbolo de una escuela y de todo un pueblo que lo rodeaba a varios kilómetros a la redonda y que tenía el privilegio de observarla desde la aurora hasta el ocaso del día.

Fue construida con el propósito de proveer de agua a toda la escuela. En su amplia y alta cisterna, alojaría tan necesario líquido. Desconozco si alguna vez funcionó como tal. En aquellas épocas, la distribución de agua era muy limitada, quizás me equivoque, pero no tenía ningún otro uso. La derrumbaron porque era una mole inútil, un elemento anómalo que ocupaba un ‘importante espacio’. No era útil como biblioteca, no era útil como cafetín, no era útil como salón de usos múltiples, no era útil como taller de artesanía, no era útil como teatrín. En realidad, no servía para nada, era un elemento disruptivo y no aportaba nada a la realidad, quizás, solo servía como mingitorio.

Así es una obra de arte, no tiene un fin utilitario, la puedes colocar sobre una mesa, en una pared, en una repisa, sobre el suelo, etcétera y no sirve más que para contemplarla. No es útil en absoluto, pero aporta a la realidad su imperiosa, hermosa y cautivadora presencia, porque cuando ya no está, el vacío que produce, es más grande que su existencia misma. Se llama Arte.

Aquellos que fatalmente la derrumbaron, nunca tendrán el privilegio de saber que, aunque no fue útil, fue esencial para influenciar vidas porque a decir de los que tuvimos la dicha de pasar por aquellas aulas, nos dio identidad, nos dio el privilegio de vivir maravillados con su formidable diseño y cautivó nuestro intelecto para que nuestra estadía, como aves de paso, sea sumamente significativa e inolvidable.

¡Gracias Arq. Daniel Almeida Curth!, Usted estuvo a la altura de los grandes artistas e impactó toda una generación.

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