A Bellamar – Parte 2

Muchas cosas quedaron en el tintero desde mi primer escrito sobre mi barrio querido Bellamar. Intentaré esta vez completar una segunda parte, aunque aún faltan muchos más datos e ideas para concretarlo del todo, no obstante decidí redactar este pequeño relato de mi grata experiencia en la mejor urbanización de Chimbote.

Si hubo un lugar en el que la tranquilidad y el silencio reinaban, ese era Bellamar. No cabe duda de que el estar ubicado en un área alejada del resto de urbanizaciones de la zona, le daba esa característica que, probablemente en ese momento, no lo sabíamos valorar. Vivíamos y disfrutábamos de aquel lugar sin mayor pensamiento. Pocos querían visitar Bellamar, “está muy lejos” decían algunos, “es peligroso” decían otros. Sin embargo, ninguno notaba que aquellos que vivíamos ahí gozábamos de enormes privilegios, y uno en especial, que hacían de la urbanización un hermoso lugar para vivir y convivir. Así lo recuerdo.

El ruido era una virtud en aquel lugar y, aunque solemos asociarlo a sonidos que nos molestan o que nos ocasionan estrés o fastidio, por lo contrario, los que se generaban en la urbanización, nos causaban sosiego, salud para el cuerpo y, por qué no decirlo, también para el alma. Por poner unos ejemplos que se repetían a diario: el sonido de los fuertes vientos que solían arreciar mayormente por las tardes y que hacían temblar o vibrar a las enormes ventanas de las casas; el sonido “estéreo” de las aves al cantar; el sonido de las risas y carcajadas de las bellas chicas del barrio cuando se juntaban para conversar y jugar; el sonido de alguna que otra bocina o motor de algún vehículo, mayormente los de la línea de buses Ramón Castilla; el sonido de guitarras que repicaban por algunos aficionados del barrio como mi hermano, el loco Beto y otros locos por la música; el sonido de silbidos de los amigos del barrio, los que se escuchaban desde 3 cuadras a la distancia porque de esa forma se pasaban la voz para ir a mataperrear; el cacareo, también en estéreo y con amplificador, de los gallos, que sincronizados en la hora, cantaban antes del amanecer. La música ochentera era parte de ese sin fin de sonidos gratos, así, mi LP de Kool & The Gang que solía hacer sonar Jaime en su equipo de sonido, era el “momento” en el que mi cuerpo se ponía a tope para ponerse a bailar. En fin, el sonido del silencio que caracterizaba a la urbanización, era el elemento frecuente que nos motivaba, sea para cocinar y preparar un rico ceviche, sea para conversar con alguna amistad o para dar un beso a la novia del momento, no había límite; vivíamos inspirados continuamente por esa plenitud de tranquilidad que nos regaló el Creador, y no lo sabíamos.

Dicen que la música es una anomalía del ruido, es decir, la secuencia ordenada de los sonidos que finalmente se convierte en una bella canción. Los ruidos en Bellamar parecían estar ordenados de tal manera que su melodía nos deleitaba a diario brindándonos alegría y tranquilidad en épocas en la que la incertidumbre nos embargaba e intentaba consumirnos. Dígame alguno si esto no era un paraíso?

El estar rodeado de inmensos arenales y algunas plantaciones con mucha vegetación como el de Los Alamos, lo convertían en un lugar privilegiado. Cosas que hoy en día muy poco se ve. Quisiera retroceder el tiempo para escribir los poemas que me salgan del alma y así poder describir in situ y al momento lo bello de aquel lugar y lo bello de aquellos momentos.

En Bellamar aprendí las historias más emocionantes, sean historias de los hombres de mar (muchos de ellos papás de mis buenos amigos), de los hombres del acero, de los amigos y vecinos, de las flechas de cupido (también), de los momentos inolvidables en el que las historias y anécdotas de cada día se combinaban y se amalgamaban con la belleza del silencio que teníamos en redor nuestro; historias gratas y graciosas como los ceviches al paso solo con limón y ají, el guiso de pelicano en la casa de playa de Los Chimus con los Zuñiga y otros del barrio, las caminatas a la playa y a Los Alamos, las caminatas al reservorio para traer un balde con agua cuando este escaseaba (retornábamos a casa con la mitad de agua en el balde), las reuniones para escuchar música y contar historias diversas a la puerta de las Estrada y los Silva, las fiestas incomparables al son de B52´s y así, podría continuar toda la noche escribiendo y contando cada anécdota y obteniendo de ellos, algún aprendizaje, porque de un lugar así y rodeado de gente tan bella entre vecinos y amigos, hay mucho que aprender.

Un abrazo enorme y prolongado a todos los amigos de Bellamar, a los que aún están y a los que, como yo, migraron con mucha tristeza a otros lares.

¡Feliz Aniversario mi querido y añorado Bellamar!

ENTREVISTA

Biografía:

Dennis Vigo Andrade, nacido en Lima. Es un escultor en madera, autodidacta. A la edad de 13 años, su familia mudó su residencia a la hermosa ciudad de Chimbote, fue en este lugar donde adquirió gran parte de su influencia artística. Sus bellas playas, su gente y la deliciosa comida de este puerto, fueron 3 ingredientes claves para captar su interés por el arte. Se considera un chimbotano de corazón. Estudió la secundaria en la I.E. República Argentina (Ex-CASRA) de Nuevo Chimbote. Realizó estudios de Administración en IPAE, Egresado de la facultad de Educación de la UNFV con mención en la enseñanza del idioma inglés y, un Diplomado en Seguros del Instituto Peruano de Seguros (IPS). Su destreza y habilidad en el tallado y la escultura provienen del método de prueba y error y de su constante esfuerzo por mejorar su técnica. Viene desarrollando sus trabajos en madera desde hace poco más de 28 años, sus obras versan sobre su forma de ver la vida privilegiando la perspectiva como lenguaje caligráfico. Realizó exposiciones en 2017 y 2019 en la Sala de Arte de la ciudad de Chimbote y participó en la feria por el Día del Arte Mundial, abril 2019.

¿Cómo fueron tus primeros pasos en el mundo del arte?

Siempre estuve rodeado de manifestaciones artísticas: la música, el dibujo, la escultura, etc. A la edad de 14 años conocí a unos escultores en arcilla, me impactó mucho ver todo lo que podían hacer y me dejó un interés impregnado en el corazón; después de muchos años descubrí el porqué de tanta impresión. A los 23 años di mis primeros mis pasos por el arte haciendo llaveros de madera con herramientas muy precarias que me dejaban las manos laceradas. Al cabo de un tiempo y en medio de esas limitaciones, cambié el estilo, dejé de producir llaveros y opté por hacer cuadros con imágenes variadas; en algunos momentos me aventuré con el pirograbado pero me di cuenta que no era exactamente lo que quería hacer. Ese giro me dio una nueva visión de mi trabajo el cual se convirtió en un nuevo impulso.

¿En qué momento te diste cuenta que querías dedicarte a la escultura y el tallado?

Mis trabajos mejoraban con el paso del tiempo en base a esfuerzo e investigación. Me veía limitado por la falta de herramientas y la poca comprensión de la perspectiva (un tema vital en mis trabajos), sin embargo, al cabo de unos años pude superar esas trabas y me sentí con la capacidad y el entendimiento suficiente para lanzar mis trabajos al mercado y desarrollar nuevos proyectos con mayores desafíos.

¿Qué te inspira en tus creaciones?

Conforme avanzaba e iba descubriendo el mundo de la madera, me atraía mucho el esculpir locaciones de los pueblos del Perú. La madera, con sus densidades, tonalidades y texturas, se presta para lograr el impacto deseado en cada obra. Lo mío siempre ha sido tratar de hacer cosas nuevas y/o diferentes, por ello, me apresuro todo el tiempo en crear mis propios bocetos partiendo de algún recuerdo o idea que contenga un significado para mí, me inspira en suma, el hecho de poder crear realidades que ayuden al espectador a conectarse y a vincularse emocionalmente con la obra.

Me seducen los diseños que contengan perspectiva, técnicamente hablando. Desarrollo gran parte de mi trabajo en base a ese concepto, cuido que las líneas y vértices coincidan casi al milímetro para que brinden la sensación de pertenencia. En ese sentido, busco que mis trabajos provoquen en el espectador emociones poderosas que trasciendan y perduren en el tiempo, tales como estupor y asombro, que le sirva como medio para retomar costumbres abandonadas, de expresión emocional o catártico, de reconciliación con el pasado, de revalorización de nuestra cultura y sentimiento patriótico, de reconocimiento de espacios físicos y/o geográficos, de evocación de momentos de la infancia vivida y que surjan en su ser, pensamientos que lo encaminen a definir su propio concepto de la vida, la belleza y el arte.

¿Cómo visualizas el mundo del arte hoy en día?

Creo que el mundo del arte ha sido siempre un ámbito laboral muy particular en la que el artista debe mantener la lealtad, fe en su trabajo y el coraje para mantener esos valores intactos de forma permanente y constante, de tal forma que sea capaz de transmitir su mundo y su ser a través de la obra y surjan en el espectador, emociones que lo conmuevan y que lo confronten a modificar o renovar la intensidad con la que ejercen sus vidas.

¿Provienes de una familia de artistas?

Mi padre, Tirso Vigo Lafitte, es dibujante, pintor y escritor. Solía pintar murales en las paredes del patio de la casa para adornarlos con colores y lindas imágenes y, desde que se jubiló, ha escrito 3 libros con poemas costumbristas dedicados a su tierra, Tayabamba, Pataz. Mi madre, María Andrade Camones, confeccionaba hermosas prendas de vestir en su juventud y la precisión y calidad de los detalles eran elogiados por todos sus clientes. Dos enormes influencias en mi vida.

¿Qué significa para ti ser artista en el Perú?

Intentar abrirse camino en un medio tan complejo como el arte, implica un riesgo enorme, un riesgo que solo se puede asumir con decisión y valentía. La riqueza cultural de nuestra tierra resulta ser una fuente inacabable de recursos para todo artista en cualquiera de sus manifestaciones lo cual redunda en beneficio de la inspiración y la producción. Desarrollar un arte en el Perú significa llevar la bandera rojiblanca con orgullo, lo cual es una primera manifestación de honestidad y transparencia que se debe transmitir a los espectadores de manera cabal.

¿Qué crees que es lo mejor y lo peor dentro del mundo del arte?

No creo que haya algo que se catalogue como ‘peor’ dentro del mundo del arte. Si vemos el arte única y exclusivamente como un medio para ganar dinero, es probable que haya cosas no muy alentadoras en ese sentido y en el proceso, origine desanimo, por lo tanto, no es recomendable colocarlo como un estímulo para motivarse. Pienso que el arte trae todo lo mejor a la vida de una persona pues le abre el camino para desarrollar el intelecto, incrementar y fortalecer la paciencia, lidiar con la frustración, robustecer la voluntad y la perseverancia. Asimismo, le permite mantenerse firme y estable ante los avatares de la vida y de la obra en sí, fortalecer la fe, desarrollar la sensibilidad, incrementar el conocimiento y el desarrollo del pensamiento abstracto; nos confronta y nos ayuda a explorarnos a nosotros mismos a fin de poder tomar decisiones que influyan en la remoción o modificación conductas, en suma, el arte es un medio que nos ayuda a ser mejores personas.

¿Qué estilos y movimientos artísticos se ven reflejados en tus esculturas?

El tipo de esculturas o relieves que realizo es clásico, figurativo y en algunos casos con realidades concretas.

¿En qué proyectos te encuentras trabajando actualmente?

Actualmente me encuentro desarrollando una serie de bocetos con un tema específico. Al igual que el año anterior (2019) con la Colección ‘Cantaritos’, intento producir un grupo de relieves con un motivo y una representación particular y que transmitan un mensaje significativo para el espectador. Tengo en mente llevar a cabo una exposición en mi casa/galería, espero poder realizarla pronto.

¿Cómo definirías técnicamente tu trabajo?

Mi trabajo ha pasado por varios procesos, desde el manejo de herramientas precarias y frágiles hasta instrumentos eléctricos y grabado láser (para el caso de las leyendas en la parte posterior). Las reacciones o emociones que mis trabajos producen en los espectadores están directamente relacionados a la evolución y a la mayor perfección en mi técnica. Sus apreciaciones dan cuenta, de forma específica, de la prolijidad y el rigor con el que procuro realizar cada detalle. Asimismo, este progreso ha redundado en beneficio de una mayor eficiencia en la producción, más trabajos en un tiempo relativamente menor, lo cual es favorable en todo sentido.

¿Reconoces influencias de otros escultores en tu obra?

Sí. Conocí a unos artesanos en arcilla cuando tenía 14 años, sus trabajos me impactaron mucho, desconozco sus nombres, uno de ellos esculpía los rostros de los famosos The Beatles, eso produjo un gran interés en mi ser. En este tiempo he conocido diversos escultores, talladores, pintores, dibujantes cuyos trabajos han influenciado en mi estilo. Las influencias son importantes e ineludibles, es desde este punto en que empieza a generarse el estilo propio y personal del artista.

¿Cuál es tu ambición como artista en este momento?

Ambiciono que mis trabajos sean un espejo en el que los espectadores vean sus vidas reflejadas, que les cause asombro y puedan conmoverse ante la belleza y la perfección; ser testigo de testimonios reales del impacto que mi arte produce en sus vidas y sobretodo, que los niños se beneficien de este hecho y emerja en ellos el deseo de seguir y proseguir el arte a pesar de los obstáculos que se les presente.

¿Dónde te gustaría ver expuestas tus obras en el futuro?

Creo que cualquier artista desearía tener espacios para mostrar sus trabajos en galerías importantes del Perú y del mundo.

He vendido varias piezas a diferentes personas del Perú y de varios países, por lo que, el poder llegar cada vez más lejos y a distintos lugares, es un gran anhelo.

¿Qué consejos le darías a los artistas de las nuevas generaciones que vienen?

El artista se hace con el tiempo, requiere de trabajo arduo para desarrollar la técnica y estilo propio, requiere de perseverancia, tenacidad, debe producir y producir a todo costo. La única forma de salir adelante es intentándolo todo el tiempo, día y noche, cueste lo que cueste, saltando y esquivando los obstáculos, tiene que empezar o proseguir tal y cómo esté y dónde esté y no morir en el intento. No existe la jubilación para el artista, salvo que sus facultades físicas o mentales ya no se lo permitan, pues la esencia de su trabajo crece con el paso de los años y nunca termina.

LA TORRE

Desde Bruces, desde los Álamos, desde el Country, desde cualquiera de los puntos cardinales, la Torre se erguía imponente y nos guiaba el camino hacia el muy peculiar colegio República Argentina. Nos mostraba cuán cerca o cuán lejos podíamos estar, era un gran punto de referencia, era nuestro Faro de Alejandría. No importaba cuál de sus ángulos estuviera en frente nuestro, cualquiera de ellos, nos seducía y nos atraía hacia sí, inevitablemente.

Vivíamos irradiados de la fortaleza, el vigor y la energía que emanaba desde cada uno de sus vértices que formaban un prisma triangular. La cúspide, que simulaba una gran corona, nos daba la idea de un monarca esperando que le paguen tributo. Su enigmática forma nos generaba diversas interrogantes y su temible altura nos doblegaba al punto de ponernos a sus pies.

Literalmente nos poníamos a sus pies y dominados bajo su régimen, iniciábamos los rituales extracurriculares. Nos reuníamos sacrílegamente tras sus muros con el supuesto fin de desentrañar su misterioso significado: algunos solían intercambiar ósculos amorosos; otros, solían interpretar melodías románticas al son de una guitarra; algunos más intelectuales, solían devorar lecturas y en algunos casos quizás lecturas prohibidas; otros, solían contar historias verídicas e inventadas y otros, solían usarlo como escondite para evadir la vista de las autoridades. De esa forma, permanecíamos en su zócalo como muestra de sumisión a su monumental y colosal robustez.

Describir cada uno de los rituales practicados, no es menester de este escrito, eso queda para las crónicas personales de cada sacrílego devoto.

Sin saberlo, nuestro quehacer académico estuvo lleno de su influencia y dominio, y a decir del arte y las muchas emociones que provoca en el ser, su bello diseño estructural, nos hipnotizaba y seducía convirtiéndose así, en la razón y significado de nuestro paso por las geniales salas hexagonales que parecían rendirle tributo desde abajo.

Ya no está con nosotros. Existe solo en nuestra mente y en algunas imágenes que recorren en las redes. Aún nos duele la pérdida, aún nos resistimos a ese pensamiento. Cual Torre de Pisa, inclinada y resistiéndose a caer por algún lapso, sucumbió a la fuerza de la maquinaria y desapareció por completo. Era el símbolo de una escuela y de todo un pueblo que lo rodeaba a varios kilómetros a la redonda y que tenía el privilegio de observarla desde la aurora hasta el ocaso del día.

Fue construida con el propósito de proveer de agua a toda la escuela. En su amplia y alta cisterna, alojaría tan necesario líquido. Desconozco si alguna vez funcionó como tal. En aquellas épocas, la distribución de agua era muy limitada, quizás me equivoque, pero no tenía ningún otro uso. La derrumbaron porque era una mole inútil, un elemento anómalo que ocupaba un ‘importante espacio’. No era útil como biblioteca, no era útil como cafetín, no era útil como salón de usos múltiples, no era útil como taller de artesanía, no era útil como teatrín. En realidad, no servía para nada, era un elemento disruptivo y no aportaba nada a la realidad, quizás, solo servía como mingitorio.

Así es una obra de arte, no tiene un fin utilitario, la puedes colocar sobre una mesa, en una pared, en una repisa, sobre el suelo, etcétera y no sirve más que para contemplarla. No es útil en absoluto, pero aporta a la realidad su imperiosa, hermosa y cautivadora presencia, porque cuando ya no está, el vacío que produce, es más grande que su existencia misma. Se llama Arte.

Aquellos que fatalmente la derrumbaron, nunca tendrán el privilegio de saber que, aunque no fue útil, fue esencial para influenciar vidas porque a decir de los que tuvimos la dicha de pasar por aquellas aulas, nos dio identidad, nos dio el privilegio de vivir maravillados con su formidable diseño y cautivó nuestro intelecto para que nuestra estadía, como aves de paso, sea sumamente significativa e inolvidable.

¡Gracias Arq. Daniel Almeida Curth!, Usted estuvo a la altura de los grandes artistas e impactó toda una generación.

LA RAMPA

No puedo aseverar que este espacio sea el lugar emblemático de la antigua edificación de la I.E República Argentina (ex C.A.S.R.A) en la ciudad de Chimbote. Fue construido por el arquitecto argentino Daniel Almeida Curth en la década del 70. El colegio tenía varios lugares que podrían considerarse como emblemáticos: el teatrín, la torre, los talleres, la capilla, etcétera, etcétera. Sin embargo, y aunque solo nos quedan pocas imágenes de varios de estos lugares, no hay duda de que la rampa nos genera una especial emoción al verla y al recordarla.

No existían escalinatas, peldaños, escaleras, ni nada parecido para acceder al segundo piso, ese detalle era muy singular y no común para todos o la gran mayoría de alumnos incluido docentes. Lo único que teníamos era una amplia y larga rampa que no solo nos servía para subir o bajar, también servía para ciertos ejercicios del curso de educación física pero mayormente, como pasillo de castigo para aquellos incumplidores de las reglas de conducta que no les quedaba otra que pagar la factura subiendo y bajando en posición de rana, con las manos en la cabeza y con no poca resignación, disgusto y gotas de sudor, al fin y al cabo, fortalecían sus piernas.

Creo poder aseverar que no existía edificación similar en ninguna otra parte de la ciudad del Nuevo Chimbote ni de Chimbote y por lo tanto, haber discurrido tantas veces por aquel pasillo y del resto de pasillos de todo el conjunto educativo, es hoy en día una experiencia que algunos recordamos con mucha nostalgia y, aunque parezca no haber mayor importancia en la acción de subir o bajar por una rampa de cemento, no obstante, su diseño nos envolvía y sin percatarnos de ello, nos seducía. Esa es la magia de la belleza en la arquitectura, no estaba hecha únicamente para subir o bajar, su bello diseño nos compelía hacia ella, nos cautivaba y colmaba nuestras expectativas, por lo tanto,  trascendió en el tiempo y transcendió en nuestro ser.

A BELLAMAR

A inicios del año 1981, en el mes de enero para ser más preciso, llegué a vivir a la linda ciudad de Chimbote, directo y sin escalas a la Urbanización Bellamar. Fue una enorme emoción, anhelaba mucho vivir en esa ciudad porque me fascinaban mucho sus playas y, el mar es uno de mis lugares favoritos para estar. En años previos a este acontecimiento, mis padres solían llevarnos a mí y a mi hermano a pasar las vacaciones de verano a esta linda ciudad, no cabe duda que nos divertíamos hasta el cansancio. Nos hospedabamos en la casa de mi abuelo, en el centro de la ciudad, en el número 460 de la calle Espinar, al lado de la diócesis. Guardo bellos recuerdos de esos días, de su linda casa, de las reuniones familiares, de los paseos al Vivero siempre con mi primo Miguel y Pita; de las  bellas personas que conocía y sin duda, de lugares icónicos como la conocida tienda Sihuas, la cevichería de don Pedro, la heladería El Ferrol, la piscina del Vivero, las noches de carnavales con talco, las noches de Roller Boggie en la Plaza de Armas con nuestros patines tratando de emular a los patinadores de la película y comer una deliciosa raspadilla en Sol y Mar, en la esquina de Villavicencio y Espinar, era una delicia.

Bellamar era una urbanización tranquila y silenciosa, el sonido del viento era lo más bullicioso en aquellos tiempos. Se contaban muchas historias de la urbanización, muchas de ellas un tanto desmesuradas, creo que era producto de la imaginación, la gente contaba historias que habían oído de sus abuelos; era la época de la gente creativa, de aquellos que solían crear narraciones diversas para generar alguna emoción en tiempos en que las cosas se tenían que descubrir a través de la lectura o indagando por diversos medios totalmente desprovistos de la rapidez de un ‘click’, bendita privación pero bendecidos con mentes creativas y espontáneas que nos permitían disfrutar experiencias vívidas con sus maravillosas crónicas.

Bellamar estaba ubicado en una zona lejana y apartada del Nuevo Chimbote de aquellos años. Todo a su alrededor era desierto, arenales inmensos llenos de bellas dunas de todo tamaño, exceptuando el bosque de Los Alamos, un lugar también precioso en donde hoy en día muchos han construido fabulosos condominios. Vientos que corrían a gran velocidad e intensidad y traían consigo arenisca la que nos golpeaba en el rostro con fuerza. Mi mente fantaseaba a raudales, la cual solía alimentar con las sensacionales historias de Edgar Allan Poe: La Caída de la Casa Usher, El Pozo y el Péndulo, El Corazón Delator, Los Crímenes de la Rue Morgue, etc., etc., Mi hermano y yo solíamos disputarnos el único libro que teníamos del autor para poder leer alguna de esas historias antes de ir a dormir, es que leer una de esas historias en medio de tan fascinante y emocionante escenario bellamarino, no tenía parangón. Las noches silenciosas, oscuras, estrelladas y con luna llena me llenaban de mucha adrenalina y si, en alguna de esas noches oscuras y silenciosas de los años 80, algún vecino del barrio salía a la puerta de su casa para tomar aire y para contar historias rodeado de jóvenes del barrio, historias sobre viudas negras, almas en pena arrastrando cadenas y entes diversos que deambulaban por las calles y zonas aledañas de la urbanización, yo las creía todas. Tenía la necesidad imperiosa de extra añadir a mis primeros días en dicho lugar, emociones fuertes y electrizantes como las que escribía el gran Poe. Esa fue una de las primeras anécdotas fascinantes de aquella urbanización que, conjuntamente al hecho de conocer gente nueva, ir a una nueva escuela, ver tanta chica linda por doquier, ver vecinos con rutinas muy distintas a las que conocía y ser el ‘new kid in town’ como en la canción de The Eagles, hacían que mi estadía se vislumbrara espléndida y se pintara de muchos colores….¡Todo empezaba espectacular!

Poco a poco fui conociendo a los vecinos y a los que hasta el día de hoy son muy buenos amigos. Salía con mi hermano a caminar y explorar lo que sería nuestro barrio por los próximos años, un lugar que había sido destinado para los hombres del acero y para los valientes hombres del mar. Podía ver a los nuevos vecinos tejiendo o remendando sus redes de pesca en la acera de sus domicilios (algo totalmente inusual para mí). Otros vecinos caminaban por la vereda en dirección al paradero del bus que los llevaría a su trabajo con sus enormes y pesados zapatos con punta de acero, símbolo inequívoco de un trabajador de Sider.

Las casas eran todas similares, sean las de 1 piso o las de 2 pisos, contaban con similar distribución. Las casas con segundo piso, como la mía, contaban con una amplia escalera hecha de una bella madera, la cual rechinaba fuertemente por el uso constante o falta de mantenimiento y delataba el paso lento o acelerado al subir o bajar, de tal forma que, tenía que hacer uso de mis habilidades de salto alto/largo con el fin de pasarla de un solo tramo y así evitar que mi mamá se diera cuenta de que bajaba para escaparme de la casa o que llegaba muy tarde en la noche de alguna reunión. Cada peldaño estaba hecho para soportar el paso del tiempo y hoy en día la madera de esa escalera se cotiza a buen precio porque sirve para fines escultóricos. Si alguno quiere vender, me avisa.

La gente era amable y cálida, nos sonreían, nos saludaban, la tienda de los Estrada en la manzana K fue quizás mi primer contacto con personas, cuyas dos bellas hijas mayores, nos brindaban las primeras sonrisas de bienvenida cada vez que mi madre nos mandaba a hacer alguna compra. Salíamos corriendo a la tienda para verlas cada vez que nos mandaban por azúcar u otro producto. Los vecinos de al lado, Segundo y su esposa Elisa, fueron dos personajes en los que inicialmente nos apoyamos para sentirnos bien recibidos en la urbanización. Algunas noches la pasamos jugando cartas en su comedor hasta altas horas de la noche y alguna vez salimos de pesca a Vesique, aunque sin suerte alguna o aquella vez que tuvimos que subirnos al techo, de madrugada, para evacuar el agua de lluvia que se empozaba en el techo, no había electricidad, mojados totalmente y para colmar la noche, un fuerte temblor. El Niño y sus juegos. Mi mamá también se hizo de la amistad de ellos inmediatamente y fue de gran apoyo para ella. Así lo recuerdo.  

Rosa y Angela (R.I.P. querida Angela), fueron dos lindas amigas que nos dieron una cálida bienvenida también. Cada noche salíamos a conversar con ellas a través de la ventana, lo interesante era que el silencio total en la zona era tal que las conversaciones eran muy fluidas, sin interrupciones y el único sonido que nos acompañaba de rato en rato era el cantar de algún búho que daba vueltas por las noches. Algo muy peculiar y de alguna forma ligado a las historias que los vecinos contaban.

Don Manolo Zuñiga era playero como él solo, llegaba del trabajo a la 1 pm, se vestía de playa y nos llevaba a Vesique todos los días de verano, sin faltar un día. Cómo no recordar aquella vez cuando apareció con una plancha de tecnopor enorme, casi del tamaño de una cama queen, la cual llevó a la playa para que todos pudieramos meternos en ella, el cual nos sirvió para navegar, artesanalmente, varias millas de la playa Los Chimus y mezclarnos entre pelicanos, malaguas y otros seres del mar. En esa época éramos todos de color negro.

El barrio, a la entrada de la urbanización, entre las manzanas M, L y K, con sus impetuosos vientos, su gente linda y la abundante arena que los vientos hacían volar de aquí para allá y nos daban un ‘HOLA’ golpeándonos al rostro y metiéndose por los ojos, era un lugar de ensueño.

En medio de tanto impacto visual y siendo apenas un chiquillo de 14 años, estaba siempre a la expectativa de lo nuevo, lo diferente, lo inusual, aquello que despierte mi intelecto y me ponga en estado de alerta, sea para dar un salto de sorpresa como cuando veía lagartijas corriendo de aquí para allá por la sala de la casa o para intentar cerrar la puerta de la casa cada vez que el fuerte viento intentaba cerrarla o para imaginar qué habría más allá de las dunas y cerros de arena que se veían a lo lejos, hoy en día zonas urbanizadas. Tal era mi ambición y mis expectativas que no tardé mucho en notar algo muy peculiar en la urbanización Bellamar, mi barrio.

No había vivido en una casa de dos pisos antes, tampoco había tenido una habitación para mí solo, ni mucho menos con una enorme ventana que, desde que me levantaba, no tan temprano en la mañana porque nunca fui un ‘earlybird’, me permitía ver a varios kilómetros a la distancia la inmensidad de aquel desierto, la arena que resplandecía con la luz del sol, parte de la bahía de Samanco y por último, sentir el aire fresco matinal de aquel y muchos veranos que vendrían más adelante. En algunas oportunidades, cuando el cielo se encontraba totalmente despejado, se lograba ver al este, a lo lejos, la hermosa cumbre del Huascarán, bellos detalles y episodios de aquel paraíso chimbotano en mi querido Bellamar.

La ventana de mi habitación, al igual que la de mi hermano, nos brindaba una vista inmensa del área frente a nosotros, era nuestro faro, nuestro puesto de atalaya, nuestro mirador. Desde ahí teníamos un panorama completo, tanto así que, si hubiese sido zona de guerra, hubiésemos sido francotiradores y aunque no lanzáramos proyectiles, ni granadas o si alguna vez usamos globos con agua por carnavales, ese era el punto de lanzamiento y aunque fallamos siempre o el globo se reventó antes, nos quedó claro que las grandes ventanas eran inequívocamente, puntos estratégicos.

Era la década del 80, algunas la llaman la mejor década de los últimos tiempos, no puedo afirmar eso, pero sin duda aquella década tuvo lo suyo y parte de ello era la forma en que nos comunicábamos para hacer coordinaciones propias de la edad. Desde mi ventana hacia la ventana de los de la manzana K como los Silva, los Zuñiga y los Estrada a unos 100 metros de distancia probablemente, era mediante señas, no nos escuchábamos, pero no era necesario porque las señas eran suficientes y eficaces ¡vaya que teníamos cada seña y nos entendíamos sin cuestionar nada! Si acordábamos reunirnos a las 8 de la noche para escuchar música y conversar, el mensaje quedaba más que claro!  ‘A las 8 pm’, ‘¡Trae tu LP de Toto IV!’ ‘Trae tu LP Thriller de Michael Jackson’, ‘Trae tu skaboard’ – todo eso mediante unas pocas señas. Al rato, y después de cenar, ahí estaba yo con mis LPs en la casa de Jhonny para escuchar repetidamente Africa, Rosanna, Beat It, etc. Sin duda, el ser humano no necesita de mucho para vivir bien y para pasarla bien, teníamos mucho por agradecer. Las redes sociales eran inimaginables en aquella época, pero teníamos tan afianzada nuestra red social lo que permitió que bellas amistades se gestaran en aquel tiempo las cuales recuerdo con mucha gratitud y emoción.

Ya había hecho varios amigos en mi nuevo barrio y además de los buenos amigos que empezaban a abundar, también abundaba el pescado. No faltaba un bondadoso vecino que nos regalara un bonito, una cojinova o unas cuantas latas de atún. El ceviche, el pescadito frito o el jugoso eran platos que se comían casi diario. Si llegabas de visita a la hora del almuerzo, te doblabas con el jugoso de tramboyo que preparaba alguna dedicada mamá, experta en comida marina y otros platos que, en minutos, luego de comer, te ponía a dormir de tanto fósforo que absorbías; pero quizás lo más rico y anecdótico, era comerse un pescado salpreso sentado en la vereda de la casa del Midi, con el pez, el ají y el limón en la mano, nada de platos ni cubiertos pero recontra picante, tan picante como el cevichazo que él y mi hermano prepararon un día, le pusieron tanto ají para dársela de machos y al no poder con ella, me fueron a buscar con la fuente de ceviche en brazos para darles una mano y así poder terminar de comerlo para luego terminar zambullendo mi cabeza en agua y así menguar el picante. Cosas de locos y de ceviches.

Los días se hacían intensos y las emociones desbordaban mis expectativas. Yo tenía un skateboard con el que salía por las mañanas o por las tardes a hacer reconocimiento de la zona, en unos cuantos minutos podía explorar toda el área, tanto por las subidas y bajadas de las diferentes calles de la urbanización o por la vía Anchoveta, a toda velocidad, en las mañanas de verano, con el recio viento en contra poniéndome resistencia y a lo lejos ver asomar el hermoso paisaje marino que, en días despejados, tan claramente visible, desprendía su belleza dejando ver parte de la bahía de Samanco y parte del área de la playa El Dorado y del bello cerro Península a pesar de los más de 15 kilómetros de distancia que me separaban de ella, era una vista paradisiaca. Hoy en día, con tanta edificación, es imposible siquiera ver el desierto desde aquel punto.

Como dije antes, todo empezó bien y continuó siendo espléndido. Respecto de las señas y la forma de comunicarnos, hubo una que no fue un lenguaje de señas precisamente, si no, uno que se pronunció de los labios de una de las tantas chicas hermosas que embellecían la urbanización. Era un día de verano lleno de sol radiante, estábamos en el mirador, es decir, en la ventana de una de las habitaciones, haciendo nuestros pininos con la guitarra, muy emocionados y musicales tocábamos los acordes de la canción ‘Show Me The Way’ de ‘Peter Frampton’, de pronto y sin advertirlo, apareció Dina por la casa de la señora Dorita, una linda jovencita del barrio, al parecer venía de la tienda de los Estrada, caminaba a paso ligero, su garbo y belleza eran tan notables que quedamos prendados y sin demora empezamos a lanzarle piropos, ella aceleró un poco el paso algo nerviosa sin detenerse pero al notar la insistencia de ambos en querer llamar su atención de esa forma se detuvo, giró, nos miró y nos dijo: !no saben ni limpiarse el poto y están pensando en mujer! – ella desapareció raudamente y ambos nos echamos a reír a carcajadas para disimular la vergüenza ante una respuesta tan inteligente. La anécdota no pasó a más, nunca fue mencionada sino hasta muchos años después en que nos vimos en mi primera exposición en la Sala de Arte de la Municipalidad Provincial del Santa en Chimbote, le hice recordar los hechos, se echó a reír y a sonrojarse y aunque no pasó de ser algo gracioso, el mensaje claro y contundente que nos lanzó, es sin duda, una frase de la que hay mucho que aprender y ella lo sabía, hoy en día, Dina es una respetable y bella mujer con una hermosa familia y un gran esposo, otro amigo del barrio.

Los días transcurrían y la vista seguía enriqueciéndose y maravillándose con tanto por ver y descubrir. Salir a caminar y cruzarse con un rostro bello de alguna chica del barrio, era algo muy recurrente y llamativo, lo asociaba a la emoción que sentía por todo lo nuevo que venía experimentando, pero no del todo, en realidad, estaba asociado a otro tema. Ya mencioné a Dina, ahora menciono a Angela y Rosa, su hermana; también Rossana, May y su linda hermana Maritza, Paola, Ana María y su hermana May (de la tiendita), al lado de ellas estaba Nella y próxima a ella, Coti, además de, Liliana, Anani y Nancy, su hermana, quienes vivían a un par de cuadras más arriba e igual de bellas. Recuerdo muchos otros rostros, más no recuerdo nombres, pero más aún, recuerdo los rostros de aquellas que, al tener que retornar a Lima, dejé de ver cuando apenas tendrían sus 10 abriles y corrían de aquí para allá jugando a las escondidas, tales como Sadith, Lourdes, Bertha, Esther, Silvia, Conce y sus hermanas, Franca, Gricelda, Tania, Kitty, Laura y varias más, eran rostros que se proyectaban como los más bellos en un futuro muy próximo, y no me equivoco, hoy en día son hermosas mujeres, muy trabajadoras y aguerridas que dan vida y alumbran sus hogares y cada vez que las veo, no puedo más que confirmar lo dicho y la calidad de gente que son. He tenido el privilegio de ser visitado por ellas en mis exposiciones, nos hemos visto en algún momento para comer un rico ceviche, las he visitado en la urbanización y, en todo momento, el trato tan amable que he recibido de su parte, dan cuenta del cariño, el aprecio y la amistad que perduran a pesar del paso del tiempo, porque el tiempo no mata la amistad.

No había mayor singularidad que aquella en mi añorado Bellamar. Si todo era llamativo y sorprendente, este hecho lo era más. El ser humano tiene la necesidad universal de la belleza, porque a partir de ella, el intelecto, el ser completo se emociona, explora, emprende, lo impulsa a conquistar y descubrir el sentido de la vida, a incorporar valores como la verdad, la bondad y la belleza misma, de esa forma se va logrando y construyendo su identidad y encontrando su propio camino. El valor de la belleza en Bellamar estaba dado por personas, cuyas familias honorables y llenas de verdad y bondad, eran ejemplo de vida para todos nosotros los más jóvenes. Sus hechos quedaron grabados en nuestras memorias imperecederamente, nos impactaron, nos mostraron un camino, algunos de ellos ya partieron, otros permanecen aún con nosotros pero sus hechos, sus acciones los vuelven inmortales al dar grandes lecciones de cómo conducirse y de cómo ser mejor persona, por lo que no hay duda de que, hicieron a sus hijos con muchísimo amor.

Con tanta anécdota que contar, es probable que en el tiempo las escriba y describa con mucho más detalle y/o prolijidad. Por el momento, este es un pequeño recorderis de grandiosos momentos en mi querido barrio bellamarino para homenajear lo bueno de su gente y del lugar mismo, y porque en su aniversario 45, debe quedar claro que, quienes dicen que la mujer norteña es la más bella del Perú y se concentra mayormente en Chiclayo, no han visitado nunca Chimbote y mucho menos han estado en Bellamar.

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