Síndrome de Stendhal

Una de las cosas que mayor satisfacción me ha traído esta labor es, la reacción que muchas personas han tenido al ver mis trabajos. Estas varían desde la más nula emoción hasta un éxtasis casi generalizado. Se dice que la primera reacción es la que cuenta y determina todo o al menos casi todo. En muchos casos he observado cero emociones; en otros casos, cierta atracción y en otros casos he podido observar asombro, admiración, pasmo, fascinación, desconcierto, embeleso, conmoción, exclamación, sobresalto, estupor, confusión. Estos últimos me hacen pensar en el Síndrome de Stendhal.

No creo haber llegado al nivel de causar en los espectadores, tantos elevados ritmos cardíacos al ver mis trabajos y mucho menos han sido la causa de infartos, a Dios gracias, pero me atrevo a decir que, al menos en un par de casos, de los cuales fui testigo presencial, el espectador experimentó ciertos síntomas asociados a este síndrome.

El ser humano tiene la necesidad natural de apreciar la belleza. Cuando nos compramos un par de zapatos, elegimos el que más nos gusta y nos parece bello; cuando adquirimos un auto, elegimos el mejor, el que más nos agrada; cuando leemos un libro, esperamos que el relato nos llene y nos impacte; cuando escuchamos música, elegimos aquellas canciones que causen las más bellas sensaciones en nuestro ser; cuando elegimos una comida para llevárnosla a la boca, elegimos aquella que sea una delicia a nuestro paladar, en suma, elegimos todo aquello que se asocie a la belleza cualquiera sea la forma en la que esta se presente. Los hombres, elegimos a la mujer más bella para que sea nuestra compañera y las mujeres, por su lado, eligen al hombre más bello para que las acompañe toda su vida.

Dios nos hizo a su imagen y semejanza. La hermosura de Dios es infinita (Salmos 27:4), es un ser inconmensurable e inmarcesible, difícilmente nuestra mente alcance siquiera alguna vez a entender la suya. Nos creó perfectos y bellos ante sus ojos, todo lo que Él hizo es hermoso y magnifico y, cuando finalmente hizo al hombre y a la mujer, vio que era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Dios transmitió su esencia a nuestro ser y por ende, el ser humano tiene la imperiosa necesidad de apreciar la belleza y asimismo, tiene la capacidad innata de crear o recrear cosas hermosas. El derecho a apreciar la belleza es inalienable.

Al ser testigo de cómo una de las espectadoras quedó atrapada en múltiples emociones al ver mis obras, percibí que había alcanzado cierto propósito cercano a tal síndrome, aunque sin proponérmelo. Su reacción, además de inmediata, estuvo llena de emociones que embargaban su ser y se revolvían dentro de sí que, al punto, parecía soltar una lágrima por el júbilo que experimentaba. Fascinada y conmocionada al ver la obra, no cabía en su ser mayor asombro y al mismo tiempo, cierta ansiedad parecía también abrumarla, miraba a todas partes buscando otras obras similares y recorría la Sala de Arte (de la Municipalidad Provincial del Santa en Chimbote) para seguir llenándose de estupor, pasmo y estupefacción, y es que todo el salón estaba lleno de obras trabajadas con nuestras manos, hechas con la mayor dedicación y con un exigente grado de rigor técnico.

El escritor francés Henri-Marie Beyle, de seudónimo Stendhal, sufrió de vértigos, sudores fríos, elevado ritmo cardíaco, temblores, confusión y otras reacciones ocasionadas por la exposición a un gran número de obras de arte cuando estuvo de visita por la ciudad de Florencia, Italia.

Stendhal estuvo frente a obras extraordinarias como las de Miguel Ángel y las de muchos otros genios del Renacimiento, por eso, no cabe en mi ser compararme ni un poco con estos seres que llevaron el arte a niveles inimaginables y alcanzaron tal perfección que a la fecha, nadie ha logrado superarlos, pero, puedo al menos decir que, en mi afán y exigencia por alcanzar la mayor exquisitez en mis trabajos, pude ser testigo de cómo una obra de arte puede generar en la vida de un ser humano tantas emociones juntas y tan grande anhelo de querer adquirirla para que sea parte de su vida y para que continúe emocionándose cada vez que la vea.

De la misma manera, Dios se emocionó al ver su creación terminada y, puedo inferir que, al finalizar su obra tuvo un día feliz y lleno de emoción pues todo lo que había creado, era bueno en gran manera. Por ello, cuando observamos la naturaleza: el mar, los cielos, los ríos, las montañas y muchas cosas más, nos quedamos atónitos y boquiabiertos y, daríamos cualquier cosa por llevarnos un pedazo de aquello con nosotros para continuar viéndola y para continuar maravillándonos infinitamente.

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